La Margarita
Sólo
dura una veintena de días en Nazaret, pero durante esas
privilegiadas horas de la Primavera, todas las flores del campo
compiten para llamar la atención.
Era
sábado. Salieron al campo sólo a dos tiros de piedra, con la comida
ya hecha. María había recogido las pocas sobras, y se entretuvo en
arrancar una margarita.
—¿Sabes
cómo se llama?
—Mar-ga-ri-ta.
La hizo girar entre los dedos haciendo un molinete, y rozó con ella
la punta de la nariz de Jesús, que empezó a dudar entre la sonrisa
y el estornudo.
—Esta
flor la inventó Dios para saber si me quiere mi Niño. Y empezó a
desgranar los pétalos llamativamente blancos, arrancados del corazón
de oro de la flor.
—¿Me
quieres?... ¿No me quieres?... ¿Me quieres?.../¿No me quieres?...
Cuando la pregunta era positiva, María abría sus ojos negros,
grandes, buscando la respuesta. Cuando la pregunta era negativa,
fruncía el ceño y apretaba los labios con gesto de tristeza. Jesús
iba imitando los mismos ademanes. A medida que quedaban menos
pétalos, el gesto se hacia más ilusionante o trágico. El Niño iba
recogiendo en su mano derecha regordeta los pétalos del sí, y en
la izquierda los del no, con la sorpresa del equilibrio. —¿Me
quieres?... ¿No me quieres?... ¡Me quieres! Y al depositar el
último mensaje, María abrazó a Jesús. —¡Mi Niño, me quiere!
—Ahora
yo. Jesús arrancó la margarita más grande que descubrió y empezó
con la misma mímica y entonación: —¿Me quieres?... ¿No me
quieres?... La sorpresa fue aún más grata al ver que sólo quedaban
cinco, y que también el final iba a ser feliz. —¡Me quieres!
—Ahora
te voy a contar el secreto. «Cuando Dios inventó la margarita la
hizo con pétalos impares, para que el juego terminara siempre como
comenzó. Si empiezas con un SÍ, terminas con un SÍ. Si empiezas
con un NO... hay que hacer trampa para que aparezca un SÍ.»
—¿A
que te quiero mucho, Mamá?
—Síííí...
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